domingo, 30 de abril de 2017

Tarkus

Apenas en su segundo disco, de 1971, Emerson, Lake & Palmer edificaron una estructura apabullante de rock progresivo en una suite que ocupa todo el primer lado del álbum y que a más de cuatro décadas y media de distancia, sigue asombrando a quien la escucha.
  Conformada por siete partes perfectamente entrelazadas –cuatro instrumentales (“Eruption”, “Iconoclast”, “Manticore” y “Aquatarkus”) y tres cantadas (“Stones of Years”, “Mass” y “Battlefield”)–, “Tarkus” –la pieza de 21 minutos escrita en su mayor parte por Keith Emerson, con algunas contribuciones de Carl Palmer y de Greg Lake (éste sobre todo en las letras)– es una composición épica que tiene pocos rivales en la historia del género (sólo “Thick as a Brick” de Jethro Tull y quizá “Close to the Edge” de Yes se le podrían comparar).
  Respecto al segúndo lado del plato, está conformado por seis cortes estupendos, aun cuando no todos pertenecen al progresivo (“Are You Ready Eddy?” es un simpático rocanrolito con todas las de la ley). Sin embargo, temas como “Bitches Crystal” y “A Time and a Place” cumplen con todos los requisitos para ser considerados como prog rock. Tarkus es una obra maestra de ELP. Un imprescindible.


(Reseña publicada originalmente en el especial de La Mosca en la Pared No. 46, editado en febrero de 2008 y dedicado al rock progresivo; fue el último número de la serie –¡snif!– en aparecer)

sábado, 29 de abril de 2017

Nuestros imprescindibles políticos

En general y seguramente con algunas excepciones, nuestra clase política, como la de muchas partes del mundo, está podrida. Hay en ella corrupción, negligencia, incapacidad, incultura, oportunismo, vileza, estulticia, mezquindad y muy escasa inteligencia.
  ¿Qué hacer con ella? Muchos sugieren eliminarla de tajo; prescindir de los políticos, incluidos aquellos que componen la clase gobernante. Suena muy bonito. Pero, ¿quién llenaría ese vacío? Porque habría que llenarlo.
  Un país requiere quién y quiénes lo gobiernen. Bajo el régimen que sea (democracia, dictadura, monarquía), se necesita un gobierno. Aún no ha existido un país guiado por la anarquía que, en su propia definición, es la negación del gobierno. ¿Qué queda, un gobierno de todos? Falacia total, utopía absurda: si todos fuéramos gobierno, ¿a quién gobernaríamos?
  No hay salida: querámoslo o no, la clase política es imprescindible. Se puede regenerar con mejores cuadros, con gente más preparada, con personas que tengan vocación de servicio y que no vean en la política la oportunidad de enriquecerse. ¿Existen tales personas? Posiblemente. ¿En dónde están? No tengo la menor idea y habría que ver si les interesaría convertirse en políticos.
  Así pues, la idea de desaparecer a la clase política no deja de ser un buen mal deseo imposible de realizar. Se dirá que entonces hay que dar oportunidad a quienes aún no han ejercido el gobierno. Suena bien y sin embargo...
  En el caso de México, ¿cuál partido no ha gobernado? Todos lo han hecho y han demostrado que están cortados con la misma tijera. Quizás estrictamente hablando, Morena no ha tenido esa oportunidad. No con esas siglas, pero las personas que lo conforman, empezando por su propio líder, sí que han ejercido el gobierno y los resultados han sido similares a los que hemos visto con el PRI, el PAN o el PRD.
  No olvidemos, como dijo Giovanni Sartori, citado hace unos días por Héctor Aguilar Camín, que las alternativas pueden ser peores.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 28 de abril de 2017

Para dártelas de entendido en rock (9)

La canción "Layla" fue escrita por Eric Clapton para conquistar a la esposa a George Harrison, Patty Boid, y literalmente robársela. Layla era el sobrenombre que Clapton le había dado a ella, inspirado en una leyenda oriental en la cual aparece una princesa llamada así.

jueves, 27 de abril de 2017

Visita a Milenio

Hacía tiempo que no iba a las instalaciones de Milenio y me dio mucho gusto visitarlas esta tarde. Fui a llevar unos ejemplares de Emiliano que puse en manos de Carlos Marín, Carlos Puig y Verónica Maza. Con Marín estuve platicando muy a gusto y con Vero también. Saludé asimismo a mis queridos Claudia Amador, Susana Moscatel y Álvaro Cueva, quien me saludó con una mención a mi canal de YouTube. Una grata incursión milenaria.

miércoles, 26 de abril de 2017

"Americana" de Ray Davies, un videocomentario

Este es mi segundo video para el canal Videos moscosos, en el que me refiero al nuevo y magnífico disco del gran jefe kink Ray Davies: Americana. Ojalá lo disfruten (el video y el disco).


martes, 25 de abril de 2017

El americanismo de Ray Davies

Hablar de Ray Davies es hablar del mejor cronista sociomusical que ha dado la historia del rock. Desde que se iniciara como líder del cuarteto británico The Kinks, a principios de la década de los sesenta, sus letras retrataron la vida cotidiana, individual, social y política (incluso económica) de los ingleses. En cuanto a su música, ésta abrevaba lo mismo del blues, el folk, el country y el rock n’ roll llegados de los Estados Unidos que del skiffle y la música de vodevil más londinense.
  Davies es una leyenda andante, uno de los grandes sobrevivientes de la llamada Ola Inglesa que cambió la historia del rock por allá de 1964 y es también el virtual progenitor de lo que en los noventa se conoció como el brit-pop. Agrupaciones como Blur, Oasis y Pulp le deben muchísimo al creador de “You Really Got Me” y “Low Budget”, entre cientos de grandes canciones más.
  Quién iba a decir que el más british de los británicos iba a confesar, primero en su más reciente libro autobiográfico y luego en su nuevo disco, su gran amor y admiración por los Estados Unidos de América.
  Americana (Legacy, 2017) se llama el flamante álbum de Ray Davies, en el que se hizo acompañar por uno de los grupos más emblemáticos del alt-country: los excelentes Jayhawks. Una quincena de nuevas composiciones conforman el plato que no tiene desperdicio y con el que, a sus casi 73 años, el músico se muestra en plenitud creativa e interpretativa.
  Curiosamente y contra lo que el nombre del disco podría sugerir, no se trata de una colección de composiciones basadas de manera exclusiva en el alt-country (hoy denominado americana), sino en la visión y la experiencia que musical y existencialmente ha tenido Davies como habitante de ese país al que ha adoptado, al irse a vivir a Nueva Orleans.
  Grabado en los estudios Konk de Londres, Americana es un estupendo álbum y un reencuentro del buen Ray con lo mejor de su sensibilidad y su talento. Un trabajo que vale muchísimo la pena.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 24 de abril de 2017

¿Por qué ya no voy al cine?

Este es el primer video de mi canal Videos moscosos que espero ir enriqueciendo poco a poco (aunque no tan poco a poco, je).
  En la primera entrega, hablo sobre por qué ya no me gusta ir a las salas cinematográficas. A ver qué les parece.


domingo, 23 de abril de 2017

Woody Allen y su crisis... en seis escenas



¿Debió entrar Woody Allen al mundo de las series? Para muchos fue un gran error, ya que él mismo confesó que no estaba muy seguro de querer hacerlo. Para otros, se trató de un acierto, ya que –aseguran– las series son la nueva manera de hacer arte a estas alturas del nuevo siglo.
  Luego de ver los seis capítulos que conforman Crisis in Six Scenes (2017), la serie que Allen escribió, dirigió y actuó para la plataforma de televisión por streaming Amazon Prime Video (APV), lo único que me queda claro es que las dos posiciones tienen su parte de razón.
  En 1977, el buen Woody había dicho, por medio de su personaje Alvy Singer en la grandiosa cinta Annie Hall, que la gente de Beverly Hills no tiraba la basura sino que la convertía en programas de televisión. De ese tamaño era su aversión por lo que en esa época se llamaba, desde una postura intelectualoide y un tanto exhibicionista, la caja idiota.
  ¿Qué lo llevo a cambiar si no de opinión si de posición 40 años después? Pudo ser el dinero que le pagaron, ciertamente, o tal vez la curiosidad por adentrarse en un medio de expresión cada vez más gustado, incluso a costa del propio cine tan amado por Allen.
  Pero vayamos a Crisis in Six Scenes. Vi de un tirón los seis capítulos de poco menos de media hora cada uno y mi balance se quedó en un difícil equilibrio intermedio. Me explico: como fan fatal (lo confieso) de la obra cinematográfica y literaria de quien naciera en 1935 como Allan Stewart Königsberg, cuando me enteré de que APV iba a estrenar una serie dirigida por Woody Allen, mi entusiasmo no tuvo límites y cuando el entusiasmo no tiene límites conduce a la creación de enormes expectativas que pueden derrumbarse como un castillo de naipes (sorry por el lugar común).
  Apenas se estrenó en México, hace poco menos de un mes, me dispuse a verla como si de una nueva cinta alleniana se tratara (porque en el fondo eso es: una nueva película del director, sólo que con cerca de tres horas de duración).
  El título es engañoso, ya que jamás discernimos cuáles son las dichosas seis escenas que conforman la serie. Hay seis capítulos, cierto, pero cada uno contiene una buena cantidad de escenas (¿quizá seis? No las conté). No obstante y haciendo caso omiso de ello, estamos ante una historia que se desarrolla a mediados de los años sesenta de la centuria pasada, justo cuando los viejos valores del más tradicional american way of life colisionan con la ideología hippie, el auge de las drogas psicodélicas, la lucha por los derechos civiles, la revolución sexual, la explosión del rock, etcétera.
  La anécdota central se centra en la llegada de una militante radical al hogar de una pareja octagenaria y suburbana de la clase acomodada: los Munsinger. La militante (interpretada por una no del todo convincente Miley Cyrus) ha cometido un crimen y busca dónde esconderse. La casa que elige parecería ser la ideal y no, ya que el matrimonio que la habita reacciona de diferente manera ante su súbita y peligrosa presencia. La esposa, Kay (una estupenda Elaine May), la acoge porque la conoce desde pequeña, mientras que el marido, Sidney (un nervioso Woody Allen), la rechaza desde un principio a partir de su ideología conservadora y su miedo a la autoridad. De aquí surgen la historia principal y todas las historias secundarias (que no contaré para no ser un spoiler).
  Valga decir que las historias secundarias contienen quizá lo mejor de la serie, con personajes muy divertidos, en especial el club de lectura de ancianas (ver foto principal) que se reúne en casa de los Munsinger para leer  a Kafka y luego a Marx y Mao Tse Tung.
  Las referencias de época son muy buenas también, así como la musicalización (¡que esta vez incluye rock!). Lo que parecería faltar es una dosis de enjundia, tanto en la dirección como en la actuación del propio Allen. A pesar de que muchos de los mejores gags los reservó para su personaje (hay frases y diálogos de antología, como siempre), se percibe una falta de convencimiento que no sé si se deba al cansancio lógico por la edad (Woody cumplió 81 años en diciembre pasado) o a que hizo la serie más por compromiso que por vocación. De hecho, el capítulo final, que de algún modo parece ser un homenaje a la famosa escena del camarote de Una noche en la ópera de los Hermanos Marx y que incluye hasta a un par de integrantes del grupo radical negro Black Panthers, no está bien logrado. La idea es muy buena, pero Allen no supo sacarle el suficiente partido a lo que pudo ser una culminación divertidísima de la serie.
  ¿Está en crisis creativa el gran Woody Allen o simplemente no se le dan las series? No tardaremos en saberlo.
  Un apunte final: Crisis in Six Scenes se inscribe en un repentino auge de las series que tienen como tema la década de los años sesenta del pasado siglo y cuyo único antecedente exitoso era la genial Mad Men. Hoy día, pueden verse Aquarius (que acaba de estrenar Netflix, serie policiaca sobre el surgimiento de Charles Manson, con David Duchovny en el papel de un curioso detective) y las excelentes American Playboy (The Hugh Hefner Story) (que como su nombre lo dice, narra la historia del fundador de la revista Playboy, entremezclando ficción con documental), An American Girl Story – Melody 1963: Love Has to Win (la historia de una niña afroamericana llena de optimismo y fantasía y cómo desde su perspectiva infantil contempla los problemas raciales y los inicios de la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos) y Good Girls Revolt (la cual cuenta la rebelión de un grupo de reporteras y redactoras de la revista News of the Week, quienes en 1969 pelean por ser reconocidas y aparecer en los créditos de la publicación, hasta entonces sólo signada por periodistas hombres), las tres últimas producidas y transmitidas por Amazon Prime Video.
  Todo un banquete para los diletantes de las buenas series.
 
(Publicado hoy en "El ángel exterminador" de Milenio)

sábado, 22 de abril de 2017

La sonrisa de Duarte

Esa sonrisa enigmática, peculiar, tan llena de lecturas. Esa sonrisa que nos obliga a mirar el rostro que la prodiga. Esa sonrisa inquietante, turbadora, sobrecogedora.
  No, no me refiero a la sonrisa de la Gioconda de Leonardo da Vinci, la famosa Mona Lisa. No hablo de esa obra de arte del Renacimiento. No es su sonrisa la que me intimida, sino la sonrisa irónica, sarcástica y delirante de Javier Duarte, el ex gobernador de Veracruz, durante su reclusión en las cárceles guatemaltecas. Sonrisa que se combina con una mirada de ojos desorbitados y desquiciados. Rostro de personaje de dibujos animados. De villano lunático y vesánico.
  Duarte, el famoso Javidú, tiene sacudido a todo el país. Quienes criticaban al gobierno su incapacidad y falta de interés por capturarlo, ahora chillan porque lo atraparon “con fines meramente electoreros” y para perjudicar, but of course, al amo y señor de los complots orquestados contra él, aunque ya sabemos que lo que diga el ex góber veracruzano en contra de los buenos será mentira y no debemos creerle. Palabra de Mesías.
  Pero volvamos a la sonrisa de quien se perfila para ser el personaje del año en México. “Seré curioso, señor ministro, ¿de qué se ríe?” rezaba hace 40 años una letra de Mario Benedetti que cantaba Nacha Guevara. Lo mismo podríamos preguntarle a Duarte: ¿de qué demonios se ríe? De puros nervios, dicen algunos. De que sabe que no le van a hacer cosa alguna, aseguran otros. ¿Se ríe de sí mismo, se ríe de los mexicanos?
  O se ríe quizá de lo que vendrá cuando comience a soltar la sopa y se conozca toda la red de complicidades que lo rodea y que al parecer toca a algunos partidos, en especial al PRI y a Morena, al que se asegura financió con varios millones durante la pasada campaña electoral jarocha. Si eso es cierto o no, la justicia tendrá que dilucidarlo.
  La sonrisa de Duarte ha puesto a temblar a muchos y ha borrado la sonrisa de sus caras. ¿El que sonríe al último sonríe mejor? Ojalá que el que ya sonría sea México.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 21 de abril de 2017

Para dártelas de entendido en rock (8)

La famosa frase de "Smells Like Teen Spirit" de Nirvana, "Here we are now, entertain us", era algo que Kurt Cobain solía decir en broma cada vez que llegaba a una fiesrta o reunión y trataba de romper el hielo. 

jueves, 20 de abril de 2017

Flecha en el azul

Me gustan mucho los libros de memorias. De los más recientes, me han encantado el de Daniel Cosío Villegas, el primer tomo de Mi lucha de Karl Ove Knausgard y los fragmentos que he leído de la vida de León Trotsky contada por él mismo.
  Ahora acabo de terminar Flecha en el azul (Alianza Editorial, 1973), el primer tomo de los cinco que componen la autobiografía de Arthur Koestler (1905-1983), el escritor húngaro y universal, amante de todas las luchas perdidas, quien con un estilo ágil, entretenido y con buenas dosis de humor negro que no duda en aplicarse a sí mismo, cuenta los primeros años de su infancia y adolescencia, hasta los 19 años de edad. Gracias a su pluma, conocemos la Hungría y la Austria de las dos primeras décadas de la centuria pasada, la gente con la que convivió, la inestabilidad familiar que hacía que los Koestler cambiaran de casa y de ciudad con mucha frecuencia, la relación con sus padres, sus primeros amores, su descubrimiento de la causa sionista y su primera aventura en el Israel de aquellos primeros años del siglo XX.
  Una narración espléndida, publicada originalmente en 1953, del autor de esa novela asombrosa y durísima que es El cero y el infinito.
  Poco a poco iré leyendo los cuatro tomos restantes.

miércoles, 19 de abril de 2017

Slowhand

Uno de los álbumes clásicos del Clapton solista, Slowhand (su viejo apodo de “Mano lenta”), grabado en 1977, quizás haya sido ligeramente sobrevalorado como un todo, aunque contiene algunos de los temas más notables de la carrera del británico.
  Con una madurez notoria como guitarrista que apuesta más a la expresión y el sentimiento que a la velocidad y la técnica (ahora sí era un mano lenta, pero en el mejor sentido de la palabra), el Clapton de este disco resulta más cálido, más íntimo. De ahí que composiciones como la preciosa “Wonderful Tonight” –que con otro intérprete seguramente habría caído en la cursilería–, con el buen Eric suene tan dulce como conmovedora. También están la llena de gracia “Lay Down Sally” –con su perfil entre bluesero y campirano–, la contundente “Cocaine” (otra canción de la autoría de J.J. Cale, al igual que “After Midnight”), el alegato contra los celos que es “Next Time You See Her” o la enorme y jammeada “The Core”, para muchos el mejor corte de Slowhand.

martes, 18 de abril de 2017

Apuntes sobre el rockcito (y II)

En la primera parte de esta serie de dos artículos, prometí explicar lo que entiendo por “rockcito” y algunas otras cuestiones aledañas.
  A lo que llamo rockcito es a ese falso estilo deslactosado y pasteurizadao, despojado del alma y el espíritu originales del rock, esa música que reniega y/o desconoce las raíces negras del género y en cambio ha adoptado una promiscuidad a la que disfraza de fusión, una promiscuidad facilona en la que lo mismo caben el pop español y argentino de los noventa, la balada simplona de los ochenta, la cumbia más rascuache, la música grupera, lo peor de la música andina, el bolero a la Luis Miguel, la canción ranchera en su vertiente más anodina y lo que se les va ocurriendo a sus perpetradores.
  Tal vez todo esto no tendría problema si realmente tales subgéneros se fusionaran con el rock. Sin embargo, con notables excepciones (La Barranca, Real de Catorce y Jaime López podrían servir como ejemplo de lo que significa la fusión entre el rock y los géneros auténticamente populares), lejos de fusionar, lo que han hecho y siguen haciendo los hacedores del rockcito es ataviarse como roqueros, moverse en un supuesto ambiente roquero y escribir y tocar baladas poperas, música grupera, cumbias mal hechas, etcétera.
  No es que pida que los músicos que dicen tocar rock incorporen al blues, al funk o al soul en sus propuestas, en absoluto. Se trata de conservar, como ya dije, el alma y el espíritu que dieron origen a esta música que tiene más de seis décadas de existencia.
  No obstante, el rockcito y sus derivados (el rockcitito, el rockcititito y el rockcito ñoño) –tan llenos de infantilismo, incultura, puerilidad, tontería y chabacanería– ignoran todo esto y sus propuestas (por llamarlas de algún modo) se convierten, en su mayor parte, en una música desangelada, vacua, olvidable y desechable.
  Es un rock falso hecho por falsos roqueros para un público falseado, borreguil y manipulable.
  Nuestro inefable rockcito.

(Publicado el día de hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 17 de abril de 2017

Ninguno



Ninguno
Ni el doctor grisáceo
o el abogadito pueril
Tampoco el contador ebrio
Mucho menos el marxista desquiciado
el judío adinerado
el todólogo farsante
o el feminicida truculento
Ninguno de esos
 Ninguno
Todos son, como tú misma dijiste, tangenciales
Y lo que hay entre tú y yo
–tú misma también lo dijiste–
es algo mucho más grande
mucho más firme
mucho más profundo
Porque tú y yo somos para siempre
                                    (esas son palabras tuyas)
tenemos algo especial
                                    (esas son palabra tuyas)
nuestra relación es otra cosa
                                    (esas son palabras tuyas)
Quieres que sea tu tierra
El suelo firme donde plantes tus pies
El piso seguro para tus dudas
                                                y tus titubeos
Yo quiero serlo
Para siempre
Aunque a veces me cueste saberte
                          con alguno de esos tangenciales
No quiero hacerte daño
No quiero que me hagas daño
Pero entiende que me duele
Sólo entiéndeme
Y trataré de ser tu tierra
                                        tu suelo
                                                      tu piso
                                                                  tu ancla
                       tu centro

domingo, 16 de abril de 2017

Songs of Faith and Devotion

Tres años como paréntesis, luego de su disco Violator de 1990, tiempo suficiente para que el mundo del rock cambiara de manera más o menos dramática. Ahí estaba ya, plenamente instalado, el grunge, mismo que nada tenía que ver con la música de Depeche Mode, cuando menos en apariencia. No obstante, tanto lo que se hacía en Seattle y otras ciudades norteamericanas como lo que durante varios años habían hecho Martin Gore y compañía tenían un común denominador: el punk. Y aunque ahí estaba Nine Inch Nails, con un Trent Reznor que parecía haber sabido fusionar los sonidos electrónicos de Depeche Mode con el desesperado espíritu de Nirvana, Soundgarden, Alice in Chains o Pearl Jam, el cuarteto de Basildon supo también adaptarse a los tiempos y fruto de ello es de algún modo Songs of Faith and Devotion (1993),
  Con otra actitud (David Gahan de pronto había adquirido la apariencia inequívoca de un cantante de rock), un mayor uso de la guitarra y un sonido un tanto más orgánico y menos sintetizado, aunque sin perder en absoluto el sello de la casa, el disco resulta magnífico.
  “I Feel You”, el corte inicial, es –como alguien dijo por ahí– una canción de devoción cantada como si fuera una canción de fe. Dura, contundente, seca, pero a la vez profunda e introspectiva, esta oscura tonada de amor (“This is the morning of our love”, dice la letra de Martin Gore cantada por David Gahan) revela las nuevas sendas a las cuales se abría la banda. Algo parecido puede decirse de otros de los cortes que conforman el plato. “Condemnation”, por ejemplo, es un tema vibrante y pleno de pasión, con un sentimiento negramente gospeliano, una absoluta joya, mientras que “In Your Room” también se encuentra imbuido de ese espíritu casi religioso que hace de Canciones de fe y devoción una obra tan especial. Todo ello sin olvidar composiciones tan buenas como “Walking in My Shoes”, “Judas” y “The Mercy in You”.
  Un trabajo más que memorable.

(Reseña que escribí para el Especial de La Mosca en la Pared No.21, dedicado a Depeche Mode y publicado en junio de 2005)

sábado, 15 de abril de 2017

¡AMLO 2018!

AMLO 2018... y 2024 y 2030 y así, ad infinitum; porque si lo vemos con detenimiento y fuera de las pasiones partidistas de uno u otro signo, amemos o aborrezcamos a tan singular personaje, la verdad es que la verdadera vocación de Andrés Manuel López Obrador (“uta, ya vas a hablar otra vez de él, ¿qué harías si no existiera?”, empezarán a gritonearme los pejelovers), la verdadera vocación de este hombre, decía, parecería ser la de eterno opositor y perpetuo aspirante a la presidencia de la república.
  No sólo es su vocación, sino –lo digo con absoluta sinceridad– lo que a Andrés Manuel más le conviene. Porque la silla presidencial desgasta, acaba con las personas, las hace envejecer. ¿Para qué querría el famoso Peje, también conocido como Liopez, encerrarse a despachar en Palacio Nacional, llenarse de graves responsabilidades, empezar a lidiar con políticos de toda catadura, dejar de dormir las ocho horas de rigor, asistir a aburridas sesiones y juntas de trabajo, pronunciar discursos de temas que no le interesan, en fin, para qué someterse a un infierno si como opositor ad æternum puede continuar viajando por el país y, lo más importante, seguir recibiendo los extraordinarios beneficios y emolumentos que por ley le corresponden al partido del cual es dueño, amo y señor indiscutible, es decir, el inefable Morena?
  En verdad, señor López Obrador, que usted no tiene necesidad de meterse en tamañas broncas, cuando puede darse el lujo de seguir en lo suyo y hacer y deshacer según lo dicte su real y regalada gana, sin tener que rendir cuentas a nadie y –acéptelo sin rubor– divirtiéndose de lo lindo con todo lo que hace y dice (incluidos esos chistoretes con sabor tropical que de pronto nos regala). Porque de que la goza en su papel de gran opositor nacional, la goza.
  Así pues, lo conmino de la manera más respetuosa a seguir en su papel y no meterse en honduras. Si no, ¿a qué se va a dedicar usted a partir de 2024? Porque acuérdese que la reelección no existe. No se le vaya a olvidar eso, eh.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 14 de abril de 2017

Para dártelas de enterado en rock (7)

Cuando Brian May tenía nueve años de edad, descubrió que no podía tocar las canciones que quería en la guitarra acustica que le habían regalado dos años antes, así que decidió cambiarla. Como no tenía suficiente dinero ahorrado para comprar una nueva, con la pequeña ayuda de su padre empezó a construir una por sí mismo. Un año después, en 1957, la había terminado y la nombró "Red Special".

jueves, 13 de abril de 2017

Highway to Hell

Producido por Robert John “Mutt” Lange, el último álbum de AC/DC antes de la inesperada muerte de Bon Scott es, paradójicamente, una de las dos obras maestras de la agrupación.
  Scott fallecería apenas seis meses después de la aparición de Highway to Hell (1979) y con él se iría una parte fundamental de la historia del grupo. Scott llevaba un ritmo de vida absolutamente desenfrenado y los excesos terminaron por cobrarle la factura y colocarlo en medio de la carretera al infierno.
  No deja de resultar irónico que en la letra del tema que da nombre al disco, la hoy clásica “Highway to Hell”, el buen Bon hablara, desde la perspectiva de un rufián, de su negativa a enmendar el camino (“Hey Satan, paid my dues / Playing in a rockin’ band / Hey Mama, look at me / I’m on my way to the promised land”). En ese sentido, se trata de un extraño epitafio para una existencia quizás irresponsable, aunque artísticamente rica y generosa.
  Pero hay otras canciones igualmente duras y extraordinarias. Desde ese irresistible rock que es “Girls Got Rhythm” hasta la provocadora, machista y sexista “Walk All Over You” (“Reflections on the bedroom wall / And there you thought you’d seen it all / We’re rising falling like the sea / You’re looking so good under me”), pasando por cortes tan sacudidores como “Touch Too Much”, “If You Want Blood (You've Got It)”, “Beating Around the Bush”, “Get It Hot” y esa absoluta maravilla de amplia influencia bluesera que es “Night Prowler”.
  Un gran disco por donde quiera que se le escuche.

(Reseña que escribí originalmente para el Especial de La Mosca en la Pared No. 28, dedicado a AC/DC y publicado en febrero de 2006)

miércoles, 12 de abril de 2017

Cinéfilo adolescente

En mis pininos como cinéfilo, cuando tenía 14 o 15 años y me iba al cine solo, a veces desde el pueblo de Tlalpan hasta el "Regis" de Avenida Juárez que era nuestro cine de arte antes de que se inaugurara en 1974 la vieja Cineteca de Tlalpan y Churubusco (estoy hablando de 1969 o 1970; el "Regis" se caería en el terremoto del 85), alguien me dijo (¿quizá mi hermano Sergio o alguno de sus colegas cineastas superocheros?) que un buen amante del cine se queda siempre a leer los créditos que aparecen al final de la película. Lo tomé como un dogma y así lo hice durante largos años, a veces con el enfado de la persona o las personas que me acompañaban ("¡Ya vámonos!" / "No, espérate, quiero ver quiénes son los maquillistas, los stunts y, por supuesto, las canciones de la cinta y sus intérpretes"). Los que no se quedaban a leer los créditos (el 99 por ciento de los asistentes) me parecían unos ignorantes y los miraba con sonrisa despectiva. Era yo un mamonazo al respecto (bueno... y a otros respectos también). Ahorita que terminé de ver una peli en Netflix (La chica del dragón tatuado de David Fincher; muy buena, por cierto, aunque al final se resuelve demasiado fácil), al empezar los créditos, vi que durarían más de cinco minutos y me dio una flojera espantosa. Por supuesto, no me esperé a leerlos. ¡En lo que terminó aquel aferrado cinéfilo que fui: renegando de sus viejas creencias!

martes, 11 de abril de 2017

Sergio Acuario

Interrumpo la serie “Apuntes sobre el rockcito” que inicié la semana pasada en este mismo espacio, porque la muerte no pide permiso y se llevó a un gran periodista y escritor mexicano que también fue músico de rock.
  Hablo de Sergio González Rodríguez, quien fuera bajista del grupo Enigma a fines de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado. Esta faceta de su vida fue poco difundida, quizá porque Sergio era mucho más conocido por su labor intelectual y periodística, ya sea como investigador, ensayista, promotor cultural, reportero o literato del altos vuelos.
  El grupo Enigma (que primero se llamó Las Ventanas) lo formó junto a sus hermanos Carlos y Pablo y cobró notoriedad por allá de 1971 o 1972, sobre todo por dos canciones que fueron muy difundidas en la radio: “Bajo el signo de Acuario” y “El llamado de la hembra” (a la que algunos consideran el primer heavy metal hecho en México). Ambas composiciones originales eran bastante buenas y muy representativas del momento que vivía el rock nacional inmediatamente previo y posterior al festival de Avándaro.
  Conocí a Sergio González Rodríguez en 1998, cuando aceptó presentar mi primera novela, Matar por Ángela, en la cafebrería El Péndulo, en Polanco. Su intervención fue muy generosa y luego publicó en la sección cultural del diario Reforma una muy divertida crónica de la misma presentación, en la que confesaba su amor por Julieta Venegas (presentadora de mi libro también esa noche) (http://garciamichel.blogspot.mx/2017/04/sergio-gonzalez-rodriguez-y-matar-por.html).
  No diré que a partir de ahí nos hicimos grandes amigos, pero mantuvimos contacto, siempre con gran afabilidad y mutuo respeto. Ahora que, como parte del grupo Enigma (en el que se hacía llamar Sergio Acuario), lo escuché muchas veces en mi adolescencia, sin imaginar que veintitantos años después íbamos a conocernos.
  Sergio González Rodríguez falleció la semana pasada. Un infarto se lo llevó impensadamente, a sus 67 años de edad. Lo lamento de la manera más sincera, porque era un gran tipo, un estupendo ser humano.
  Descanse en paz Sergio Acuario.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del Orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 10 de abril de 2017

Bazar de fin de semana

Este fin de semana lo pasé en casa de mi mejor amiga, en la colonia San Rafael, colaborando en un bazar que organizaron ella y dos amigas mutuas. Llevé algunas cosas a vender y no me fue del todo mal, porque logré que me compraran la mitad de las mismas.
  Todo estuvo muy bien, salvo al principio de la jornada del sábado, cuando un tipo se puso grosero y hasta un poco agresivo conmigo, porque quería llevarse la caja de Chac Mool que llevé, pero exigía un descuento y yo le comenté que tenía otro cliente interesado que sí pagaría el precio que le puse a la caja. Me dijo que era yo un "muy mal vendedor" y me pagó a regañadientes. En fin.
  Por lo demás, todo muy bien y muy agradable, más por la convivencia con mis tres amigas. El domingo ya no hubo tanta afluencia de gente.
  Pero fue un buen fin de semana,

domingo, 9 de abril de 2017

Medio siglo con las puertas de la percepción

Hace 50 años, un oscuro cuarteto de Los Ángeles, encabezado por 
un extraño sujeto llamado Jim Morrison, irrumpió en la escena del rock con este disco provocador, violento, sensual y sexual. 

A mediados de los míticos años sesenta del siglo pasado, la costa oeste de los Estados Unidos era, en el imaginario colectivo, algo así como el paraíso terrenal, una zona llena de luz, color, psicodelia, libertad, amor, fraternidad y el rock más cálido y alivianado. Eso se pensaba sobre todo de la parte norte del estado de California, con la mítica ciudad de San Francisco como capital por antonomasia del sexo, las drogas y el rocanrol.
  Sin embargo, algunos cientos de kilómetros hacia el sur, las cosas no resultaban tan idílicas. Los Ángeles era de algún modo la contraparte de Frisco y a la sombra de Hollywood reinaba cierto ambiente siniestro, relacionado más con la violencia pandilleril que con la paz jipiteca y más con las drogas duras que con el LSD o la motita. Todo esto se reflejaba en el rock que ahí se producía y no parece casualidad que justo en L.A. surgiera un grupo tan umbrío, provocador y anti hippie como The Doors.
  Conformado por el tecladista Ray Manzarek, el guitarrista Robbie Krieger, el baterista John Densmore y el vocalista y poeta extraordinaire James Douglas Morrison, el cuarteto tenía una propuesta musical y escénica fuera de lo común y su álbum debut provocó un verdadero cataclismo.
  Pocas agrupaciones en la historia del rock (quizá sólo The Jimi Hendrix Experience) han tenido un primer disco tan fuera de serie como The Doors, editado por Electra en 1967.
  Si ese año el Sgt. Pepper Lonely’s Hearts Club Band de los Beatles era la cima del arte luminoso, The Doors fue la sima de la oscuridad y la desesperanza. Álbum sui generis, su música y sus letras no se parecen en absoluto a cosa alguna que se hubiera hecho hasta entonces y, salvo posibles imitaciones, siguen siendo únicas.
  No era que el cuarteto angelino hubiese inventado el hilo negro; tan sólo supo fusionar en un estilo singularísimo el rock sicodélico con el blues, el jazz, la música de cabaret y la música clásica, todo ello aderezado con una poesía novedosa y peculiar. Hipnótico y seductor, provocativo y sensual, el estilo de los Doors debe mucho a las letras de Jim Morrison, pero también a la versatilidad de la guitarra de Krieger, al fantástico órgano (y al piano y al bajo tecleado) de Manzarek y a la batería elegantemente precisa de Densmore. Todo ello queda reflejado en The Doors de un modo que raya en la perfección.
  No hay aquí un solo tema débil. Cada canción es una pequeña joya, desde la inicial “Break on Through (To the Other Side)”, con su introducción jazzera, su inconfundible riff de bajo y la voz morrisoniana cantando: “Sabes que el día destruye a la noche / La noche divide al día / Trata de correr / Trata de esconderte / Pásate de golpe al otro lado” o “Encontré una isla en tus brazos / Un país en tus ojos / Brazos que encadenan / Ojos que mienten / Pásate de golpe al otro lado”. Una canción de amor–odio que es como un manifiesto de lo que Morrison y compañía se traían entre manos, de lo que el grupo representaría en adelante.
  “Light My Fire”, la pieza que volvió instantánea y mundialmente famosos a los Doors, es otra obra de arte. Escrita por Krieger, “Enciende mi fuego” (como se conoció en español) es un hito histórico. La introducción del órgano es ya parte del inconsciente colectivo y la sugerente voz de quien más adelante sería conocido como el Rey Lagarto alcanza niveles de erotismo casi explícito y hasta ese instante nunca visto, mientras los largos solos de Manzarek y Krieger constituyen una invitación al getting high de las jam sessions.
  Por último, el corte concluyente, “The End”, es una larga prédica trágica de once minutos y medio, un desgarrado y tenso lamento edípico, un himno anticlimático y estremecedor que hiela la sangre por su crudeza y su violencia. Sin embargo, el resto del material es igualmente bueno y sin fisuras -sólo escúchense maravillas como “The Crystal Ship”, “Soul Kitchen” o “Take It As It Comes” (estas dos con sus respectivos mensajes: “aprende a olvidar” y “tómalo como viene”) o los covers de “Backdoor Man” de Willie Dixon y “Alabama Song (Whiskey Bar)” de Bertolt Brecht y Kurt Weill, una colección memorable de canciones que a medio siglo de distancia sigue sonando extraordinariamente actual.

(Publicado hoy en la sección "El ángel exterminador" de Milenio Diario)

sábado, 8 de abril de 2017

La tómbola de los senadores ex perredistas

“La vida es una tómbola, tom-tom-tómbola”, cantaba hace 50 años Mona Bell (¿habrá quién se acuerde de ella?) en una canción cuya letra no ha perdido vigencia después de medio siglo.
  La vida es una tómbola y la política mexicana lo es todavía más. Qué mayor prueba de ello que el salto triple con tres maromas y dos mortales que acaban de dar nueve senadores de nuestra atinada izquierda, al brincar del Partido de la Revolución Democrática al Partido del Trabajo sin la menor pudicia (vieja palabra hoy en franco desuso).
  Siguiendo un guión dictado desde las oficinas de Morena (porque supongo que Morena tiene oficinas, a las que no sé por qué imagino medio siniestras), los patricios republicanos (ajá) Miguel Barbosa, Humberto Fernández, Fidel Demédicis, Lorena Cuéllar, Luz María Beristáin, Zoé Robledo, Rabindranath Salazar, Mario Delgado y Benjamín Robles no sólo dieron un golpe tremendo a su antiguo partido, sino que vinieron a brindarle respiración de boca a boca a otro, el PT, que no hace mucho estuvo a punto de perder su registro (de lo cual, en extraña maniobra, lo salvó de última hora el INE) y que ahora se convierte en la cuarta fuerza política del Senado de la República, a pesar de ser un mero apéndice de Morena (el partido de las oficinas siniestras, sobre todo si ahí despacha un señor de apellido Ackerman al que la televisora Rusia Today –el principal aparato de propaganda del gobierno de Vladimir Putin en el exterior– llama “nuestro hombre en México”, a decir del columnista Fernando García Ramírez de El Financiero).
  Podrá acusárseme de sospechosista o de que ya me dio por la teoría del complot, pero intuyo que lo del paso de Barbosa y compañía a Morena es parte de un plan –que aún no culmina– para desmantelar al PRD. No en balde, incondicionales que debieron irse con Andrés Manuel López Obrador, cuando este abandonó al partido del sol azteca, se quedaron extrañamente en este. ¿Para dinamitarlo desde dentro? Quizá más temprano que tarde lo sabremos.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)

viernes, 7 de abril de 2017

jueves, 6 de abril de 2017

Mi lucha: I

Terminé de leer el primer volumen de la saga Mi lucha, del escritor noruego Karl Ove Knausgård (nacido en 1968), intitulado (este primer volumen) La muerte del padre.
  Estamos ante las memorias de Knausgård y en este primer tomo de los seis que componen la saga, el autor nos habla en la primera parte sobre su adolescencia en Noruega y la relación distante que tuvo con su padre, para describirnos en la segunda mitad lo sucedido a partir de que, siendo ya un hombre adulto y casado, con una primera novela publicada, se entera del fallecimiento de su progenitor y los trámites legales y emocionales que esto implica.
  Knausgård cuenta todo con un detenimiento que no se vuelve exasperante gracias a sus capacidades como narrador. Porque su relato se fija en cada detalle cotidiano, en cada instante de cada día, con una minuciosidad que recuerda a la del Ulises de James Joyce y que tiene también mucho de Marcel Proust o de Thomas Mann. Sin embargo, lejos de aburrir o desesperar, su manera de escribir atrapa y por momentos fascina, incluso cuando narra cómo su hermano mayor y él limpian la casa que el padre dejo hecha un desastre y lo narra paso por paso: desde que van a comprar los productos de limpieza hasta que aplican estos en cada rincón de la residencia. Claro que todo ello se ve complementado con reflexiones y recuerdos que enriquecen la novela en sus cerca de 500 páginas.
  Así, vamos conociendo cómo fue la infancia de Karl Ove, su adolescencia, su descubrimiento del sexo, el amor y las muchachas, su afición por el alcohol ("esa bebida mágica") y por el rock (ya sea como escucha o como músico aficionado).
  Pero el centro del libro es la relación con su padre, muerto al parecer de una congestión alcohólica. Un padre amargo y frustrado, casi siempre duro y distante, sumido en la mediocridad y el aislamiento, que jamás tuvo algo parecido a la comunicación con sus hijos, quienes lo recuerdan con más rencor que cariño, con más rabia que ternura.
  Una gran novela, una obra sorprendente que abre el interés por leer las otras cinco partes de esta saga llamada con ironía Mi lucha.

miércoles, 5 de abril de 2017

Entrevista en El Financiero-Bloomberg

Esta es la entrevista acerca de mi novela Emiliano que me hizo Mauricio Mejía, en su programa Espresso Doble, del canal El Financiero-Bloomberg. Creo que quedó muy bien y se lo agradezco muchísimo, tanto a él como a mi querido amigo Roberto Velázquez Bolio, director de esa emisora.


martes, 4 de abril de 2017

Apuntes sobre el rockcito (I)

Quiso la casualidad que la semana pasada tres distintas personas, sin relación entre sí, me preguntaran de dónde me venía eso de llamarle rockcito al rock que se hace en México. Sé que muchos al leer esta mera mención saltarán irritados para gritarme: “¡Y dale con el tema, ¿acaso no te cansa seguir diciéndole así al rock mexicano?!”, etcétera.
  En atención a esas tres apreciables personas y en desafío a algunos miles que me consideran algo así como el enemigo público número uno de los roquerines nacionales, intentaré aclarar un par de puntos.
  Lo de “rockcito” lo anoté por primera vez en mi diario personal cuando tenía yo 17 años de edad y vi una vergonzosa actuación del grupo Peace and Love en la tele. Sin embargo, retomé el término hasta los años noventa, cuando escribía la columna “Bajo presupuesto” en la sección cultural que dirigía Víctor Roura para El Financiero. Allí me dio por empezar a ser un tanto irónico con los grupos del llamado Rock en tu idioma, en especial los de origen mexicano. Pero el término siempre lo usé como un chiste, una simple humorada que los músicos y sus seguidores tomaron de la peor manera. Tan mal lo vieron que pensaron que lo que me movía era el odio contra ellos, cuando sencillamente su música no me gustaba y como crítico lo externaba en mi columna.
  Tan lejos llegaron las cosas que la manager de los Caifanes envió a dos de sus asistentes para que me buscaran y hablaran conmigo, a fin de averiguar cuál era el oscuro móvil que me llevaba a poner en duda la calidad de sus manejados.
  Sin embargo, la palabra rockcito quedó por siempre asociada a mi nombre a partir de la aparición de La Mosca en la Pared, la revista de música y otros temas afines que dirigí de 1994 a 2008. Fue en sus páginas que el vocablo se volvió realmente célebre y sus lectores me amaron (unos pocos) o me odiaron (la mayoría) con una vehemencia que no ha desaparecido y que me resulta muy divertida.
  Pero, ¿qué es en sí el rockcito? Eso será materia de un segundo artículo.

(Publicado hoy en mi columna "Gajes del orificio" de la sección ¡hey! de Milenio Diario)

lunes, 3 de abril de 2017

Sergio González Rodríguez y "Matar por Ángela"

Con dolor y con sorpresa me entero de la muerte de Sergio González Rodríguez, a quien conocí a finales de los años noventa y quien las pocas veces que nos vimos siempre fue amable y espléndido conmigo. Tenía apenas 67 años y desconozco las causas de su fallecimiento, pero me parece muy lamentable, ya que era un intelectual brillante y desprejuiciado.
  En 1998, fue uno de los presentadores de la primera edición de mi novela Matar por Ángela y este es el generoso y divertido artículo-crónica que sobre mi libro y sobre dicha presentación publicó en el suplemento cultural "El Ángel", del diario Reforma, el 28 de marzo de ese año.
  Descanse en paz el querido Sergio, quien en su juventud formara parte del grupo sesentero-setentero Enigma.
  Una pena que se haya ido.

Matar por Angela 

Por Sergio González Rodríguez


Entré y lo primero que vi fue una angelita: Julieta Venegas, su cabellera larga y su sonrisa de niña. La última vez que la vi estaba en la tina del baño, inmersa en el esplendor de su desnudez. Esa vez también aprendí que ella tiene en la parte interna del muslo izquierdo una huella de nacimiento que la diferencia de todo el género humano y también de su hermana gemela.
 Afuera de la tina, yo la miraba conmovido y ella me devolvía la mirada serena, expectante... desde la eternidad de la fotografía que le tomó su hermana para el número más reciente de la revista Luna Córnea. Julieta Venegas es mil veces mejor en persona que en imagen, como más adelante se sabrá.
 Aquello fue antenoche, cuando acudí a presentar la primera –y estupenda– novela Matar por Angela de Hugo García Michel –también director de la revista rockera La Mosca– en la Cafrebrería El Péndulo, de Polanco. Una vieja broma de Víctor Roura en la sección cultural de El Financiero había inscrito –en un aviso de este acto literario– mi nombre así: "Sergio González Ramírez".
 Ahí estaba pues, "González Ramírez" en el primer piso de El Péndulo en busca del tiempo perdido, porque la novela Matar por Angela colinda con una parte decisiva de mi vida pretérita: habla de rockeros –claro, de los de ahora–, del mundillo de la prensa musical, de la fauna universitaria que consume ilusiones de izquierda y mordisquea libros, canciones, películas, del arquetipo contemporáneo de la muchacha libérrima de veintitantos, de los usos y abusos de semejante autonomía en los corazones y las braguetas de quienes la persiguen. Este último minidrama –el de los amores imposibles entre un hombre maduro y una muchacha– aparece a plenitud en una inmortal canción de José José titulada "Cuarenta y veinte".
 El público asistente procedió a tomar sus lugares, mientras "González Ramírez" se acercaba a saludar al director de Sansores & Aljure Editores, el mismísimo y gentil Jaime Aljure, quien me comenta que pronto lanzará una biografía de José Agustín. En ésas estábamos cuando Hugo me llama y me presenta a mi admirada Julieta Venegas: estoy a punto de –cual quinceañera histérica– saltar a la sección de compacts, comprar su compact de nuevo y hacer que me otorgue un autógrafo en éste. Me contiene el recuerdo de Angela.
 La novela de Hugo García Michel –que es un cuento amoroso y un cuadro crítico de costumbres–, tiene como línea básica las fatigas de un Humberto Gazca –periodista de rock– que insiste hasta el delirio en amar sin correspondencia alguna a una fotógrafa de 24 años, emblema generacional de las mujeres de nuestro fin de siglo: reventada, sensible, implacable en sus apetitos, que incluyen a todos menos a su enamorado incondicional, quien está dispuesto incluso a exterminar a sus competidores.
  Matar por Angela despliega una diversidad de recursos narrativos que incluye diálogos ágiles, descripciones precisas, psicologismos contenidos –como debe ser–, alternancia de registros convencionales con giros extravagantes, aciertos de novela en clave, acertijos literarios, juegos de script fílmico. Y, sobre todo, una estrategia contundente de ironía, parodia, humor de primer nivel.
  Matar por Angela es un artefacto múltiple, que me parece la máxima cualidad de una novela. Como novelista, Hugo García Michel sabe establecer una interlocución de extremo respeto con el lector: logra insertarlo en su trama hasta que éste se rinde seducido por la fluidez de la novela, en que destaca, de principio a fin, una amenidad inteligente, un atributo muy distinto de la banalidad tan frecuente en las novelas de éxito. Prosigo y aludo también a que Hugo García Michel logró cerrar una brecha que siempre ha habido en los vínculos entre el rock y la literatura en México, la idea que el vitalismo de esta música es una esfera aparte de lo intelectual. Matar por Angela presenta un relato tan vitalista como culto, en el buen sentido de esta palabra: un producto intelectual y lúdico, porque me parece una novela envidiable y/ "¡Ya cállate, por favor!, me dije a mí mismo, ¡deja hablar a Julieta!" Terminé pues como pude.
 Armando Vega Gil prosiguió en su papel de presentador con claro alarde de tablas y Julieta fue breve y exacta: la novela es muy divertida, presenta un retrato interesante del medio rockero, como lectora se reconoció en las tribulaciones del personaje, no en las de ella, y contó el final. Matar a Julieta. Bajo la risa nerviosa de todos, el autor sudó más aún, Fedro Carlos Guillén –convulsivo– arrugó el texto que después leería para regocijo colectivo, Jaime Aljure hizo cuentas mentales de cuántos libros menos vendería por la indiscreción de Julieta y yo me limité a mirarla con una pregunta en los ojos: "¿Por qué lo hiciste?". Ella me devolvió la mirada, que incluía un mensaje secreto, luego sonrió y su encanto le valió el perdón comunitario. El mensaje era: "Siempre lo hago. Una diva es la dueña de todo principio y de todo final. No lo puedo evitar". Tan tan. Me sentí un Humberto Gazca a punto de caer en el abismo.

domingo, 2 de abril de 2017

Mi primera vez en público, como músico


Hoy me estaba acordando de la primera vez que toqué en público, al lado de mi querido amigo y hermano Federico Cantu. Fue en abril de 1972, hace 45 años, durante una asamblea de padres de familia del colegio Simón Bolivar, que estaba en Río Churubusco, entre Insurgentes Sur y Avenida Universidad. Ninguno de los dos estudiaba ahí y no recuerdo quién nos consiguió la presentación. Tocamos dos o tres canciones mías (dos voces, dos guitarras), entre ellas "Pequeño cordero" que se refiere a la lucha generacional y que critica... a los padres de familia. Incomodamos a todo mundo, pero salimos de ahí muy orondos. Teníamos 17 años de edad. Lástima que no haya fotos de aquella época y menos de aquel momento. Dos meses después, ya como el dueto Octubre, nos presentamos cuatro domingos seguidos, a mediodía, en la Casa del Lago de Chapultepec, en algo que llamamos Canción Debate. Pero eso lo contaré en otra ocasión.

sábado, 1 de abril de 2017

Ingobernable: una lectura política

Terminé de ver Ingobernable, la serie-telenovela que hace pocos días estrenaron Argos y Netflix en esta plataforma de televisión en línea. No me referiré a ella desde el lado televisivo, porque el especialista en el ramo de esta casa es mi querido Álvaro Cueva. Prefiero externar un par de impresiones que me causó ver los 15 capítulos de su primera temporada, sobre todo desde un punto de vista político.
  Primero y antes que nada: no me la creí. La premisa de la que parte me resultó altamente inverosímil. Eso de que la primera dama del país se convierta en la enemiga pública número uno del gobierno y se transforme de pronto en una mezcla de Jessica Jones y la Reina del Sur, me cuesta tragármelo (imagine usted a María Esther Zuno o a Marta Sahagún disparando metralletas). Aun si aceptamos la convención, las correrías de Emilia Urquiza, acusada de asesinar a su marido, el presidente de México, se ven más falsas que un billete de doce pesos. Luego la intrépida e ingobernable señora se refugia en Tepito y con la ayuda de cinco (sí: cinco) habitantes de ese barrio, pone en predicamento a las fuerzas armadas del país, a la CIA y a la DEA. ¿Neta?
  Sin embargo, lo que más me brincó es ese afán por retratar al Ejército Mexicano como un nido de corrupción infiltrado por el narco y como un aparato represor que asesina, encarcela y tortura impunemente al “pueblo” (inquietante coincidencia, por cierto, con lo que Andrés Manuel López Obrador ha declarado en fechas recientes sobre el mismo ejército; esa visión epigmenista-obradorista de nuestros militares, a los que caracterizan como si fuesen milicos sudamericanos de los años setenta, no creo que guste mucho en el seno de las fuerzas armadas).
  Técnicamente, no hay tanto que cuestionar. La serie cuenta con buena producción y buena dirección. El problema es político y está en ese afán de seguir viendo la realidad mexicana en blanco y negro, sin matices, con buenos (ellos) y malos (la pinche mafia en el poder). Ingobernables.

(Publicado hoy en mi columna "Cámara húngara" de Milenio Diario)